Miles de vecinos de toda la Ciudad se congregaron en Plaza de Mayo y las principales esquinas para reclamar “que se vayan todos”, como lo hicieron en 2001. La Presidenta abandonó la Casa Rosada en auto. Alberto F. culpó a Carrió. Poco después de las 23, piqueteros de Luis D'Elía intentaron tomar la Plaza y hubo forcejeos y escaramuzas con los manifestantes. El gabinete de crisis del gobierno analizaba la salida del ministro de Economía como moneda de cambio para descomprimir la situación. Los manifestantes llegaron a Olivos y golpearon las puertas de la residencia oficial.
Un insospechado apoyo general al campo, o la suma de todos los fastidios individuales, tomó las calles porteñas. Vecinos autoconvocados se agruparon en la Plaza de Mayo y en las principales esquinas de la Ciudad de Buenos Aires para reclamar —como hace apenas siete años— “que se vayan todos” del Gobierno.
Aquella vez le tocó irse a Fernando De la Rúa. Hoy, con un humor político que todavía es confuso, los manifestantes coinciden en respaldar al campo y en su bronca contra el discurso que pronunció la Presidenta a última hora de la tarde.
El cacerolazo contó con una ayuda inesperada. La hora de finalización del discurso de Cristina coincidió con actos convocados por estudiantes de la Facultad de Agronomía en todas las plazas del país para apoyar al campo.
Por eso, tanto en las ciudades de las principales provincias en conflicto y en la histórica Plaza de Mayo, los caceroleros se encontraron con público que ya apoyaba a los agropecuarios.
Después fue la suma de broncas e indignaciones las que los fue juntando y finalmente, como si fuera un pasillo marcado con señales fluorescentes, todos confluyeron frente a la Casa Rosada.
“Estoy indignada. Cristina es una mentirosa. Está alejada del pueblo. Hoy fui al supermercado y no había carne y el queso estaba podrido”, confió Lucila Chedufau, de 27 años, quien empezó a batir las ollas en la esquina de las avenidas Pueyrredón y Corrientes y siguió en Plaza de Mayo.
“¡Estamos con el campo!”, casi gritó Estela de Recoleta, que no se había enterado del discurso de Cristina Fernández pero ya estaba desde antes junto a la medida del campo.
La bronca contra las palabras de la Presidenta fue lo que motivó a Santiago, otro vecino de Barrio Norte, a caminar con las tapas de sus cacerolas hacia la principal plaza porteña: “No tiene cara, es una soberbia, la Presidenta vive en un frasco”.
“Estoy acá porque estoy en contra de los saqueadores que se instalaron en el Gobierno. El discurso de la Señora fue una vergüenza, fue ridículo. Fue una apología a la división del país, quiere el enfrentamiento social. La plata del campo no es de ellos, es del pueblo. A esta señora `María Estela Fernández´, la manejan por control remoto desde Puerto Madero. Nosotros no queremos otra Venezuela”, expresó a Críticadigital Manuel Calvo, al tiempo que hacía sonar la cacerola en la Avenida 9 de Julio y Juncal.
A las 21, el carcerolazo se expandía por todo el país y a las 22.20 miles de manifestantes en la Plaza de la República entonaron el Himno Nacional.
Luis D`Elía anunciaba que antes de la medianoche movería a sus seguidores para "parar el golpe" y Cristina Fernández se retiraba de la Casa Rosada en automóvil. Aceptó el refuerzo de custodia pero rechazó rotundamente la utilización del helicóptero.
Antes de abandonar la casa de Gobierno, la Presidenta delegó en Alberto Fernández y Martín Lousteau, su ministro de Economía, la vocería de las decisiones oficialistas. Nunguno de los dos hizo uso de ella hasta pasadas las 23.
Mientras tanto, la Guardia de Infantería y la Policía Federal desplagaron cientos de efectivos alrededor del perímetro de la Casa Rosada.
En diálogo con Críticadigital el comisario Enrique Capdevilla, jefe del operativo, confirmó que no había recibido ninguna orden en particular de parte del Gobierno y que, como en cada manifestación popular, la policía "desplegó unos 200 efectivos".