Entre las festividades más entrañables, un santo italiano en el siglo XIII dio inicio al Santo Pesebre a partir de celebraciones cultas y populares, que luego la Contrarreforma expandió a la Europa católica y a Latinoamérica.
La celebración de la Navidad tiene su ritual más entrañable en la tradición del Santo Pesebre que inició un santo italiano en el siglo XIII y dio origen a devociones cultas y populares, a formas teatrales que la Contrarreforma expandió a la Europa católica y a Latinoamérica. El genio poético y misional de San Francisco de Asís originó en 1223, en una cueva del valle de Rietti, la representación corpórea del milagro de la Encarnación del Verbo. Con la ayuda del alfarero Giovani Vellita transformó la gruta de Greccio en imaginaria réplica del establo de Belén. La intervención de los fieles, la nocturnidad iluminada precariamente, la entonación coral de villancicos preanunciaron el auto sacramental y fundaron las bases del teatro en Occidente. Pero estas derivaciones no obturan la circulación piadosa y devota del pesebre como ritual doméstico y cultural que persiste hasta hoy. Este patrimonio no está comprendido, estimado ni protegido por las instituciones oficiales y son banalizados hasta el kirstch grotesco del mercado que proponen los Santa Claus, trineos y renos, en análoga dislocación cultural que instaló a Hallowyn, Día de San Valentín y otros incentivos de consumo. Algunos porteños memoriosos recuerdan la peregrinación de los niños por las calles de su barrio. En la ventana a la calle una luz advertía la presencia de un pesebre, que podía ser visitado y recompensado con una limonada o golosina casera. Montañas de papel madera, nieve de harina, lagos de espejo, discrepantes dimensiones entre personajes, nubes de tul y la infaltable presencia de una estrella representaban el prodigio navideño. No era necesario pertenecer a una familia creyente y devota porque en el porvenir, la leyenda circulaba sin preguntas, los vecinos abrían sus puertas al visitante con hospitalidad confiada. En los templos el incienso y el rito daban, una vez más, dimensión trascendente a la esperanza de redención. Sin embargo, en la actualidad, algunos templos porteños mantienen la tradición y algunos museos dan al pesebre un espacio en la programación de fin de año. Son retablos bellos, históricos y estéticamente valiosos en el que colaboran coleccionistas que aportan piezas valiosas, procedentes de Italia, España, Portugal y Latinoamérica. En las parroquias de San Telmo, San Cristóbal y Monserrat la fe vivifica la virtual y anticipatoria instalación del Santo Pesebre, Belén o Nacimiento, nominaciones varias de la misma tradición. Otras regiones del país -como Catamarca, La Rioja, Salta, San Juan, Chaco, Misiones, Corrientes, Neuquén- sostienen y recrean la escenificación del milagro navideño para reflexiva devoción de los fieles. Un poeta salteño Rafael Jijena Sánchez creó en 1955 la Hermandad del Santo Pesebre, filial argentina de la Universalis Foedarapio Praesepista. con sede en la romana Piazzo del Grillo. Jijena fue impulsor de la tradición milenaria, dio a conocer internacionalmente su difusión y singularidad latinoamericana, investigó, documentó y reseñó con ejemplaridad el avatar de la fe cristiana a través de los siglos y el sincretismo cultural. Este sentimiento milenario no está por ahora incluido en el patrimonio cultural donde se proponen que revisten la "milanesa napolitana", la fainá con muzzarella o el flan con dulce de leche, delicias gastronómicas que parecen competir y tener prioridad sobre contenidos más hondos y abarcativos. // Fuente Telam //