En abril de 1987 se produjo la crisis castrense más grave desde la vuelta de la democracia en 1983. Un grupo de militares, liderados por el teniente coronel Aldo Rico, se sublevó, tomando diversos cuarteles. Finalmente, tras dialogar con los golpistas, el presidente Alfonsín afirmó la famosa frase “la casa está en orden”.
El hecho que detonó la Semana Santa carapintada en 1987 fue cuando el ex mayor del Ejército, Ernesto "Nabo" Barreiro, se refugió en el regimiento 14 de Infantería Aerotransportada para no declarar ante la Justicia de Córdoba, por torturas y violaciones a los derechos humanos. Esta circunstancia castrense, que tomó por sorpresa al ex presidente Raúl Alfonsín y al resto de la sociedad, desató la más grande crisis militar en la Argentina desde el retorno de la democracia, en 1983. Tal como se lo había anticipado el jefe de la unidad, teniente coronel Luis Polo, al jefe del III cuerpo de Ejército, general Antonio Fichera, Barreiro no se presentó a declarar el miércoles 15 de abril ante la Cámara Federal cordobesa. Pasado el tiempo de espera que fija la ley, el oficial que había sido jefe del centro clandestino La Perla fue declarado en rebeldía y por la noche, el titular del Ejército, general Héctor Ríos Ereñú, dispuso la baja. El ex presidente Alfonsín había viajado ese día a su pueblo, Chascomús, para pasar la fiesta religiosa con la familia. Barreiro logró refugiarse en el regimiento 14 y permaneció allí hasta el viernes, día en que se trasladó en forma clandestinida hasta el regimiento 19 de Tucumán, al mando del teniente coronel, Angel Daniel León, uno de los ideólogos carapintada. Alfonsín tuvo que regresar de urgencia en helicóptero desde Chascomús, corrido por la asonada militar que amenazaba barrer con el Gobierno y la democracia. La crisis militar de Semana Santa del ’87 es el último acto de un largo proceso iniciado en los primeros meses del gobierno democrático, cuya discusión de fondo fue cómo juzgar las violaciones cometidas en la dictadura por debajo de las juntas militares. El jueves santo, a las 7 de la mañana un capitán con ropa de fajina se presentó ante los periodistas en Córdoba para decir que un grupo de militares "controla el III Cuerpo" y comunicó, además, que esos oficiales desconocían "al jefe de Estado Mayor". En el regimiento 14, oficiales y suboficiales hacían guardia con la cara pintada de betún. Disuelto el I Cuerpo, el III era de hecho el más importante de los cuatro que seguían en funcionamiento. Alfonsín convocó de inmediato a una reunión de gabinete no bien bajó del helicóptero y convocó a la Asamblea Legislativa. En el Congreso, Alfonsín dijo que la democracia no se negociaba, confiado en que la rebelión se sofocaría rápido. Mientras una multitud estimada en 50 mil personas se congregaba frente a la Plaza de los Dos Congreso, el teniente coronel Aldo Rico, jefe del regimiento de San Javier, Misiones, envió un radiograma de adhesión a Córdoba y puso marcha hacia Campo de Mayo. El convoy de Rico fue interceptado por las tropas del general Ernesto Alais en Concordia, comandante del II Cuerpo, pero el camión con el jefe carapintada sorteó el cerco, llegó a Campo de Mayo y tomó la Escuela de Infantería. El viernes a la primera hora de la tarde, el regimiento 14 se rindió, pero Barreiro ya no estaba, iba de viaje a Tucumán y de allí a otra unidad de la V brigada, que extiende el radio de acción por el Noroeste Argentino (NOA), según confió a Télam fuente carapintada. Junto con el regimiento 14 y la Escuela de Infantería, se plegaron a la sublevación el 19 de Infantería, de Tucumán; el de Infantería 4, Monte Caseros; el de Infantería 21, de Las Lajas, Neuquén, y el de Infantería de Rospenteck, Santa Cruz. Previo a la aparición pública de Rico, varios oficiales en Campo de Mayo distribuyeron un volante con el que trataron de dejar en claro que no querían un golpe de Estado. Cuando Rico estuvo ante los medios, eludió una respuesta contundente contra el golpe de Estado, pero apoyó la consigna de sus camaradas de armas que exigían una "solución política a un hecho político como es la guerra contra la subversión". Durante toda la jornada del viernes santo, la Plaza de Mayo y otras del resto de país fueron los lugares elegidos por los argentinos para manifestar contra cualquier movimiento militar que quisiera desestabilizar a la democracia. Los partidos políticos criticaron aspectos de la política militar de Alfonsín, pero no hubo fisuras a la hora de repudiar un eventual golpe de Estado. Las tropas del general Alais que habían interceptado parte de la columna de Rico fueron reorganizadas en el II Cuerpo de Rosario para reprimir a los sublevados, pero nunca llegaron a Campo de Mayo pese a los avisos intermitentes de un inminente arribo. El sábado santo, Rico mantuvo dos reuniones de alto nivel con el Gobierno, una con el ministro de Defensa, Horacio Jaunarena, y la otra en la sede del edificio Libertador con el general Ríos Ereñú. Rico elevó el siguiente pedido: a) solución al problema de los juicios b) relevo de Ríos Ereñú c) cese de la hostilidad contra las FF.AA. y d) garantizar que no hubiera represalias contra los sublevados. El domingo a las 8, Alais informó que la represión comenzaría una hora más tarde. A las 12, dijo que se había suspendido la operación. A las 14,30, Alfonsín habló por primera vez desde el balcón de la Casa Rosada y anunció que iba a Campo de Mayo para hablar con los sublevados. De vuelta del diálogo con Rico y desde el mismo balcón, Alfonsín comunicó que "los amotinados habían depuesto su actitud", que se trataba de "héroes de Malvinas" y concluyó con una de sus frases más célebres "Felices Pascuas. La casa está en orden".