Narra el cuento infantil, el flautista de Hamelin, que en tal lugar, ocurrió una invasión de ratas, tan alarmante y masiva que hasta los felinos huían despavoridos, ante tal circunstancia, los hombres notables del pueblo se reunieron y ofrecieron cien monedas de oro, para quién pudiera librar a la comarca de la plaga. Un flautista se presento y aseguró que se encargaría del asunto. Haciendo sonar su instrumento, melódica y dulcemente, las ratas salían al encuentro de la música siguiendo al flautista. Este al recorrer todos los espacios del pueblo, se dirigió a un río lejano, y llevó a todas las ratas a la muerte por ahogo.
Solucionado el problema, el flautista fue en busca de su pago o recompensa. Los hombres notables, rieron con soberbia y adustez, no dieron las cien monedas de oro prometidas a quién simplemente tocó la flauta, según las palabras de estos.
El engañado, saco su instrumento y mediante otra melodía, hizo que todos los niños de la comarca salieran a su encuentro, en tal momento, los llevó para siempre muy lejos de Hamelín, dejando a esta vacía de ratas y de niños.
La moraleja que transmite la narración, destinada a imprimir en los niños el valor de la palabra y lo que genera su incumplimiento, se destaca, como en tantos otros textos inmortales, de los primeros años (como la invisibilidad de lo esencial en el principito, la importancia del esfuerzo y el largo plazo en los tres chanchitos, y el respeto a la palabra del mayor en caperucita roja), por la claridad de su mensaje y también por las posibles segundas lecturas que ofrece, una construcción metafórica básica pero a la vez profunda.
En Hamelín no preocupaba solamente la invasión de ratas, en realidad la mortificación primordial de los hombres del pueblo, era que ellos mismos no podían solucionar un problema que había surgido en donde vivían, ofertaron las cien monedas, no tanto para que se vayan los roedores, sino más que nada, para ver de que manera obraría el que lograra el cometido.
La recompensa no estaba sujeta a la desratización, sino al accionar que librara el desratizador. Esperaban un raticida, una quema generalizada, una desinfección, recibieron música, y por más que el efecto fue el adecuado, no pagaron porque no creyeron en el método, por tanto mucho menos confiaron en la virtud del flautista, demostrada luego, cuando ante el incumplimiento se lleva a los niños.
Algo parecido, pero con otros ribetes, ocurre con el cuento de Jorge Luis Borges, “La Rosa de Paracelso”, un maestro le pide a su indeterminado Dios que le envíe un discípulo. Llega a la puerta de su hogar, un hombre desconocido que se ofrece como tal.
Le pide a cambio de su entrega, que el guía opere un prodigio, tirar una rosa al fuego, para de las cenizas volverla a transformar en flor.
El maestro le dice que tal acto será imposible de realizar, primero porque no tiene tal capacidad y segundo porque en el caso de que la tuviera, igualmente el postulante a discípulo no creería más que en una acción y no en la integridad del maestro. “La meta es el camino, busco tu fe no que me creas por intermedio de una prueba”, le dijo al iniciado que igualmente tiró la rosa al fuego. Tras interminables segundos, la flor no revivió y el discípulo se fue avergonzado. Paracelso, el maestro, tomó las cenizas, dijo unas palabras, y en soledad, la convirtió nuevamente en rosa.
EL TIEMPO DEL MITO
Estas construcciones metafóricas, cuando están hacendadas en lo profundo del imaginario colectivo o en el inconsciente colectivo, se construyen en mitos.
En el mito nos encontramos con un esquema intrínseco de términos que son puramente formales y se les puede adjudicar contenidos diferentes. El significante (imagen acústica de orden psíquico), el significado (concepto) y el signo (relación de concepto e imagen) o entidad concreta. Esta tríada constituye el esqueleto formal de cómo esta constituido el mito. Un ejemplo que nos pueda clarificar los conceptos, sería más que atinado. Un escritorio, con notables diferencias de las sillas enfrentadas. La que reposa contra la pared, tiene un respaldo inmenso y desproporcionado, esta diseñado con un fino y lustrado cuero. En tal sección hay poca iluminación, pese a un elegante velador. En el otro sector, la silla es baja, de un material ordinario, y la luz es exagerada.
El significante en nuestro ejemplo, es la diferencia obvia entre la altura de las sillas, y los contrastes con la iluminación, el significado es que en un lugar se sienta una persona que esta por encima de la otra, y que además mantiene un halo de misterio o de poca claridad. El signo es sencillamente que las personas que por intermedio del poder (sea material o intelectual), acceden a una posición, siempre la tratan de señalar por todos los medios. Más si reciben al otro, al que en ese momento y en esa circunstancia, no tiene el poder que detentan ellos.
El no cumplimiento de la palabra se ha hecho una constante en nuestra sociedad y sobre todo en la arena política, más aún la credibilidad, no sustentada en la convicción o en la ideología, sino en el acto, te doy-recibo (junto votos, quiero un cargo, vendría a ser la temática, a comparación de la rosa de paracelso) conforman un estadio de las cosas, donde lo exitoso, aliado a lo circunstancial, prevalece, más allá del agravio a la esencia de las cosas, al espíritu que nutre y da vida, al día a día.
El flautista del cuento, que luego se traduce en el mito de no cumplimentar la palabra, se llevó lo que más preciaban en el pueblo, los niños, el haber accedido a un desendeudamiento, con la nación, fatigoso y con ribetes intrincados de colores y deslealtades políticas, se ha consumado, se espera que los gobernantes, tanto provinciales como municipales, cumplan con el pueblo que los ha elegido, en caso de no hacerlo, sabemos que la política correntina, por estas clases de incumplimientos, posee el mito de ser, la más intervenida en sus poderes públicos, y ese lastre de haber tenido que ser gobernada por diferentes interventores, habla de esa disociación entre el pueblo y sus representantes, de hecho más allá de que caprichosamente o no, se haya hecho mención del último interventor correntino en la firma del desendeudamiento, habla a las claras de esto, por tanto, se espera, se confía, se necesita, que se construya una historia diferente, para que no exista un mañana, donde se tenga que reprochar las cosas del ayer, por incapacidades o problemas entre nosotros mismos.
Francisco Tomás González Cabañas - www.franciscotgc.com.ar
El engañado, saco su instrumento y mediante otra melodía, hizo que todos los niños de la comarca salieran a su encuentro, en tal momento, los llevó para siempre muy lejos de Hamelín, dejando a esta vacía de ratas y de niños.
La moraleja que transmite la narración, destinada a imprimir en los niños el valor de la palabra y lo que genera su incumplimiento, se destaca, como en tantos otros textos inmortales, de los primeros años (como la invisibilidad de lo esencial en el principito, la importancia del esfuerzo y el largo plazo en los tres chanchitos, y el respeto a la palabra del mayor en caperucita roja), por la claridad de su mensaje y también por las posibles segundas lecturas que ofrece, una construcción metafórica básica pero a la vez profunda.
En Hamelín no preocupaba solamente la invasión de ratas, en realidad la mortificación primordial de los hombres del pueblo, era que ellos mismos no podían solucionar un problema que había surgido en donde vivían, ofertaron las cien monedas, no tanto para que se vayan los roedores, sino más que nada, para ver de que manera obraría el que lograra el cometido.
La recompensa no estaba sujeta a la desratización, sino al accionar que librara el desratizador. Esperaban un raticida, una quema generalizada, una desinfección, recibieron música, y por más que el efecto fue el adecuado, no pagaron porque no creyeron en el método, por tanto mucho menos confiaron en la virtud del flautista, demostrada luego, cuando ante el incumplimiento se lleva a los niños.
Algo parecido, pero con otros ribetes, ocurre con el cuento de Jorge Luis Borges, “La Rosa de Paracelso”, un maestro le pide a su indeterminado Dios que le envíe un discípulo. Llega a la puerta de su hogar, un hombre desconocido que se ofrece como tal.
Le pide a cambio de su entrega, que el guía opere un prodigio, tirar una rosa al fuego, para de las cenizas volverla a transformar en flor.
El maestro le dice que tal acto será imposible de realizar, primero porque no tiene tal capacidad y segundo porque en el caso de que la tuviera, igualmente el postulante a discípulo no creería más que en una acción y no en la integridad del maestro. “La meta es el camino, busco tu fe no que me creas por intermedio de una prueba”, le dijo al iniciado que igualmente tiró la rosa al fuego. Tras interminables segundos, la flor no revivió y el discípulo se fue avergonzado. Paracelso, el maestro, tomó las cenizas, dijo unas palabras, y en soledad, la convirtió nuevamente en rosa.
EL TIEMPO DEL MITO
Estas construcciones metafóricas, cuando están hacendadas en lo profundo del imaginario colectivo o en el inconsciente colectivo, se construyen en mitos.
En el mito nos encontramos con un esquema intrínseco de términos que son puramente formales y se les puede adjudicar contenidos diferentes. El significante (imagen acústica de orden psíquico), el significado (concepto) y el signo (relación de concepto e imagen) o entidad concreta. Esta tríada constituye el esqueleto formal de cómo esta constituido el mito. Un ejemplo que nos pueda clarificar los conceptos, sería más que atinado. Un escritorio, con notables diferencias de las sillas enfrentadas. La que reposa contra la pared, tiene un respaldo inmenso y desproporcionado, esta diseñado con un fino y lustrado cuero. En tal sección hay poca iluminación, pese a un elegante velador. En el otro sector, la silla es baja, de un material ordinario, y la luz es exagerada.
El significante en nuestro ejemplo, es la diferencia obvia entre la altura de las sillas, y los contrastes con la iluminación, el significado es que en un lugar se sienta una persona que esta por encima de la otra, y que además mantiene un halo de misterio o de poca claridad. El signo es sencillamente que las personas que por intermedio del poder (sea material o intelectual), acceden a una posición, siempre la tratan de señalar por todos los medios. Más si reciben al otro, al que en ese momento y en esa circunstancia, no tiene el poder que detentan ellos.
El no cumplimiento de la palabra se ha hecho una constante en nuestra sociedad y sobre todo en la arena política, más aún la credibilidad, no sustentada en la convicción o en la ideología, sino en el acto, te doy-recibo (junto votos, quiero un cargo, vendría a ser la temática, a comparación de la rosa de paracelso) conforman un estadio de las cosas, donde lo exitoso, aliado a lo circunstancial, prevalece, más allá del agravio a la esencia de las cosas, al espíritu que nutre y da vida, al día a día.
El flautista del cuento, que luego se traduce en el mito de no cumplimentar la palabra, se llevó lo que más preciaban en el pueblo, los niños, el haber accedido a un desendeudamiento, con la nación, fatigoso y con ribetes intrincados de colores y deslealtades políticas, se ha consumado, se espera que los gobernantes, tanto provinciales como municipales, cumplan con el pueblo que los ha elegido, en caso de no hacerlo, sabemos que la política correntina, por estas clases de incumplimientos, posee el mito de ser, la más intervenida en sus poderes públicos, y ese lastre de haber tenido que ser gobernada por diferentes interventores, habla de esa disociación entre el pueblo y sus representantes, de hecho más allá de que caprichosamente o no, se haya hecho mención del último interventor correntino en la firma del desendeudamiento, habla a las claras de esto, por tanto, se espera, se confía, se necesita, que se construya una historia diferente, para que no exista un mañana, donde se tenga que reprochar las cosas del ayer, por incapacidades o problemas entre nosotros mismos.
Francisco Tomás González Cabañas - www.franciscotgc.com.ar