La noticia congeló la de por sí fría mañana de este 24 de junio: murió Chaque, el más perspicaz ilustrador de la realidad política y social correntina y el mundo periodístico fue atravesado por el dolor íntimo, desgarrador y visceral que sólo la ausencia de los grandes puede provocar.
Mario Mauriño dejó de existir a los 88 años sin haberse retirado jamás, pues trabajó como ilustrador del diario El Litoral hasta la edición de hoy, que publica el último trabajo del querido periodista, dibujante y maestro del humor gráfico, un cuadrito que reflexiona sobre las influencias de Hugo Moyano en el gobierno de la presidenta Cristina Kirchner.
“Con Moyano y con Cristina qué modelo de Argentina”, dice Chaque en el que, sin que nadie lo pudiera haber previsto, sería su último trabajo para El Litoral, donde se desempeñaba desde los inicios del rotativo, en 1960, e incluso antes, ya que Mario había debutado como humorista gráfico en La Provincia.
Aquel diario que fue la simiente del actual El Litoral dio lugar a la primera demostración del talento de nuestro querido Chaque, quien entregó un dibujo en el que podía verse al entonces gobernador electo Fernando Piragine Niveyro corriendo de alegría, con el diploma proporcionado por el Colegio Electoral.
Mario firmó con el pseudónimo “Young Boy”, pero al poco tiempo dejó el inglés para pasar al “Chaque” con el que lo conocimos todos. ¿Por qué Chaque? Le preguntaron en varias ocasiones; y él respondía que la idea era apuntar al tono crítico de sus dibujos, pues en el lenguaje popular su nombre artístico significaba “cuidado”.
Pasó buenas y malas en su vida Mario, padre prolífico, trabajador humilde, pensador comprometido con sus ideales al punto de ser desterrado de su trabajo en la UNNE y de la provincia durante el gobierno de Julio Romero, con quien se reconciliaría años más tarde para recordar aquellos episodios como una anécdota.
El motivo de su “prohibición”: había tenido la osadía de caricaturizar a don Julio con cuerpo de chajá en una viñeta que hablaba de las características de un espécimen único en la fauna política vernácula, el “Chojú”.
Así era Chaque; un crítico cáustico, pero también un tipo transparente, sin rencores, generoso para la charla entre amigos, ávido de compartir sus –frondosos- conocimientos de política, de comunicación y de la vida misma, porque si algo le sobraba era calle y cintura para burlarse de los imponderables, entre ellos, de la sordera que lo aquejó durante la última década.
“Veo las películas subtituladas y listo”, bromeaba Mario que, sin embargo, había ejercitado una habilidad de escuchar tan aguda que no requería del sentido del oído para comprender a su entorno, a sus semejantes y –en particular- a sus amigos y compañeros de trabajo con los que solía compartir tertulias animadas por su ductilidad para el relato.
Conversar con Mario era un placer que hacía olvidar el tiempo. Verlo llegar a la redacción del diario era una invitación a la pausa para consultarle al maestro su parecer respecto del tema del día. Y si a ese intercambio se sumaba su partenaire histórico, don Carlos Gelmi, mejor que mejor.
La enciclopedia de la vida residía en su privilegiada memoria, que tenia como “back up” la casa-templo del barrio Yapeyú, donde guardaba tesoros de la historia correntina que iban desde la foto con Graham Greene en su visita a Corrientes para escribir El Consul Honorario, hasta la colección más completa de estilográficas y lapiceras de pluma que se pueda encontrar centenares de kilómetros a la redonda.
Hurgar en sus papeles junto con Chaque era una aventura interminable. En su archivo se podían encontrar verdaderos incunables del humor gráfico, testimonios de su paso por la dirección del diario El Puntal de Río Cuarto y novelas, ensayos y obras literarias de los autores más prestigiosos del mundo.
El atelier de Chaque se completaba con una pequeña mesa de madera y otros artilugios construidos por él mismo, pues también se daba maña para la carpintería y otras artes manuales que ratificaban su condición de autodidacta en todos los órdenes de la vida.
Mario también sabía de campo, pues nació en él, en una modesta finca de Palmar Grande, en el corazón del departamento General Paz, el 21 de mayo de 1923.
Jamás olvidó su origen, al punto que practicaba el rito ancestral de la destilación de licores basados en el néctar de las palmeras que abundan en su tierra natal: el Yatay.
De tanto en tanto, en los inviernos, Chaque se aparecía en las reuniones de amigos con petaquitas de un licor al que había bautizado “yataína”, con etiqueta ilustrada por él y una leyenda insólita, que detonaba carcajadas: “Efectos afrodisíacos y anticonceptivos”.
Alguna vez quien esto escribe le consultó el por qué de la fórmula de su elixir palmargrandense y él respondió algo así como “es acelerador y freno a la vez, todo en el mismo frasquito”.
Así era Chaque, simple y brillante, auténtico y querible, militante de derecha y honorable al punto de haber renunciado a las mieles del poder con tal de seguir dibujando lo que sentía.
Un grande entre los grandes que se fue el mismo día que otro grande: Carlos Gardel. Hasta siempre querido Mario. Mañana te vamos a leer en El Litoral porque vos, como Carlitos, cada día dibujás mejor.
“Con Moyano y con Cristina qué modelo de Argentina”, dice Chaque en el que, sin que nadie lo pudiera haber previsto, sería su último trabajo para El Litoral, donde se desempeñaba desde los inicios del rotativo, en 1960, e incluso antes, ya que Mario había debutado como humorista gráfico en La Provincia.
Aquel diario que fue la simiente del actual El Litoral dio lugar a la primera demostración del talento de nuestro querido Chaque, quien entregó un dibujo en el que podía verse al entonces gobernador electo Fernando Piragine Niveyro corriendo de alegría, con el diploma proporcionado por el Colegio Electoral.
Mario firmó con el pseudónimo “Young Boy”, pero al poco tiempo dejó el inglés para pasar al “Chaque” con el que lo conocimos todos. ¿Por qué Chaque? Le preguntaron en varias ocasiones; y él respondía que la idea era apuntar al tono crítico de sus dibujos, pues en el lenguaje popular su nombre artístico significaba “cuidado”.
Pasó buenas y malas en su vida Mario, padre prolífico, trabajador humilde, pensador comprometido con sus ideales al punto de ser desterrado de su trabajo en la UNNE y de la provincia durante el gobierno de Julio Romero, con quien se reconciliaría años más tarde para recordar aquellos episodios como una anécdota.
El motivo de su “prohibición”: había tenido la osadía de caricaturizar a don Julio con cuerpo de chajá en una viñeta que hablaba de las características de un espécimen único en la fauna política vernácula, el “Chojú”.
Así era Chaque; un crítico cáustico, pero también un tipo transparente, sin rencores, generoso para la charla entre amigos, ávido de compartir sus –frondosos- conocimientos de política, de comunicación y de la vida misma, porque si algo le sobraba era calle y cintura para burlarse de los imponderables, entre ellos, de la sordera que lo aquejó durante la última década.
“Veo las películas subtituladas y listo”, bromeaba Mario que, sin embargo, había ejercitado una habilidad de escuchar tan aguda que no requería del sentido del oído para comprender a su entorno, a sus semejantes y –en particular- a sus amigos y compañeros de trabajo con los que solía compartir tertulias animadas por su ductilidad para el relato.
Conversar con Mario era un placer que hacía olvidar el tiempo. Verlo llegar a la redacción del diario era una invitación a la pausa para consultarle al maestro su parecer respecto del tema del día. Y si a ese intercambio se sumaba su partenaire histórico, don Carlos Gelmi, mejor que mejor.
La enciclopedia de la vida residía en su privilegiada memoria, que tenia como “back up” la casa-templo del barrio Yapeyú, donde guardaba tesoros de la historia correntina que iban desde la foto con Graham Greene en su visita a Corrientes para escribir El Consul Honorario, hasta la colección más completa de estilográficas y lapiceras de pluma que se pueda encontrar centenares de kilómetros a la redonda.
Hurgar en sus papeles junto con Chaque era una aventura interminable. En su archivo se podían encontrar verdaderos incunables del humor gráfico, testimonios de su paso por la dirección del diario El Puntal de Río Cuarto y novelas, ensayos y obras literarias de los autores más prestigiosos del mundo.
El atelier de Chaque se completaba con una pequeña mesa de madera y otros artilugios construidos por él mismo, pues también se daba maña para la carpintería y otras artes manuales que ratificaban su condición de autodidacta en todos los órdenes de la vida.
Mario también sabía de campo, pues nació en él, en una modesta finca de Palmar Grande, en el corazón del departamento General Paz, el 21 de mayo de 1923.
Jamás olvidó su origen, al punto que practicaba el rito ancestral de la destilación de licores basados en el néctar de las palmeras que abundan en su tierra natal: el Yatay.
De tanto en tanto, en los inviernos, Chaque se aparecía en las reuniones de amigos con petaquitas de un licor al que había bautizado “yataína”, con etiqueta ilustrada por él y una leyenda insólita, que detonaba carcajadas: “Efectos afrodisíacos y anticonceptivos”.
Alguna vez quien esto escribe le consultó el por qué de la fórmula de su elixir palmargrandense y él respondió algo así como “es acelerador y freno a la vez, todo en el mismo frasquito”.
Así era Chaque, simple y brillante, auténtico y querible, militante de derecha y honorable al punto de haber renunciado a las mieles del poder con tal de seguir dibujando lo que sentía.
Un grande entre los grandes que se fue el mismo día que otro grande: Carlos Gardel. Hasta siempre querido Mario. Mañana te vamos a leer en El Litoral porque vos, como Carlitos, cada día dibujás mejor.