Al seleccionado le costó, pero venció a los Estados Unidos por 4-1, con tres goles en la segunda etapa; Crespo (2), Aimar y Tevez, los tantos.
MARACAIBO.- Quizás el rótulo de favorito y, a simple vista, una prueba que en la teoría se leía como accesible hayan sido contraproducentes para el juego de la Argentina. El resplandor que se advertía con la inclusión de varios nombres asociados con el talento apenas ofreció chispazos, los suficientes para asegurarse un éxito más holgado de lo que en realidad marcó el desarrollo. Con el impulso de Messi, con el ingreso de Aimar y con la capacidad goleadora de Crespo, el seleccionado se llevó un 4 a 1 ante los Estados Unidos que tendrá que ser un trampolín para aquel juego que todos ambicionan, sobre todo el mismo Basile. La victoria fue trabajosa, conseguida con paciencia. Quedó en claro que el funcionamiento aún no encontró la sincronización justa. La Argentina descubrió la clave del encuentro sólo cuando promediaba el segundo tiempo. Pero el resultado es contundente y, al fin, marca el mejor comienzo para romper el hielo en el carreteo mismo del certamen. El toque corto y ágil de la Argentina se frenó con la primera estocada norteamericana. Johnson aprovechó una grieta entre Ayala y Milito, que lo desestabilizó dentro del área. El mismo delantero anotó con un toque suave que engañó a Abbondanzieri. Sin tiempo para medir su propia capacidad de reacción, la Argentina se encontró con una carta goleadora en la siguiente mano, nomás: Crespo empujó la pelota luego de un centro de Riquelme y un intento fallido de Heinze. Fortuna y virtud se dividieron en partes idénticas. El control casi exclusivo de las jugadas y del territorio no le garantizaron profundidad al equipo argentino. Aquellos de fina técnica parecieron incómodos en medio de tanta persecución. Riquelme casi no encontró posiciones francas de remate. La movilidad no le alcanzó a Messi para el desequilibrio individual. Ante la maraña defensiva de los Estados Unidos, Verón lateralizó el juego una y otra vez. Sólo un tiro desde lejos de la Bruja desestabilizó al adversario: Keller sacó un manotazo y la pelota pegó en el travesaño. Decididamente, el seleccionado no hizo una buena primera parte. Tuvo la buena intención de jugar siempre el ras del suelo, empezando incluso desde la última línea. Aunque el progreso en el campo le restó visión para apoderarse de los espacios más provechosos. El principal defecto fue la imprecisión, acompañada por el escaso cambio de ritmo. Messi, sobre todo cuando se ubicó por la derecha, quebró de a ratos la monotonía. No alcanzó. Estados Unidos se aprendió de memoria sus movimientos y no sufrió lagunas ; cauto, a veces en exceso, se refugió en su campo y abandonó sus pretensiones ofensivas a los largos pelotazos para Johnson, la única referencia ofensiva de peso. El descanso no trajo consigo modificaciones sustanciales. Cada uno continuó con su tesitura. Las responsabilidades guiaron a los argentinos, pero les clarificaron las ideas. En su afán de reunir talento, Basile decidió el ingreso de Aimar, que refrescó el funcionamiento, por Cambiasso. El desahogo -a esas alturas bien puede considerárselo así- apareció por la vía que más lo buscó, entre paredes y toques cortos. Verón, Messi, Riquelme y otra vez Messi, que vio el hueco justo para Crespo un pase en cortada . La definición cruzada de Crespo fue un impulso dentro del mismo partido y un despegue para el futuro en el torneo. Mucho más después del centro de Heinze que Aimar cabeceó a la red. Y ni que hablar de aquella definción de Tevez, que entró por Messi, sobre el final del encuentro. La Argentina dio el paso necesario, el de la victoria; ahora, en su siguiente movida tendrá que afirmarse en las convicciones de su juego, más allá del plus que siempre le otorgan sus individualidades.