Se merecía un milagro. Cómo no, si vivió cada uno de sus días entregándose por los demás. Fue un grande. Cómo no, si su nombre, actitud y proceder no admiten tacha alguna. Fue un gran reportero, nadie lo duda. Fue una gran persona, nadie lo discute. Pero sobre todo, logró lo que los mortales buscan con ahínco para diagramar sus epitafios. Que allí se diga que se fue un gran tipo, un amigo. Diario El Litoral
Voy a escribir en primera persona, pese a que siempre me pareció petulante. Y lo voy a hacer, no para adueñarme de la vida, y mucho menos para ser el albacea de la muerte de Miguel. Lo voy a hacer para describir tal vez mejor el sentimiento que me embarga ante un hecho que me quitó a una persona entrañable. Miguel fue un compañero de ruta. Mío, y de todos los que transitamos con él este camino contemporáneo. Lo conocimos en la Facultad, en sus ratos de Turismo y sus ratos de Comunicación Social. Con su revista Alfa y Omega y con sus fotos que ilustraron y profesionalizaron nuestros trabajos. Lo vimos luchar como pocos en la gesta del 99, que no era justamente la suya. Lo vimos denunciar con su lente y ajusticiar con su presencia. Pero también, lo vimos simplemente compartir. Bastaba ir de pesca a la Costanera para que de pronto aparezca Miguel y comparta un mate, con su cámara esperando alguna imagen que merezca el esfuerzo de su pulso. Así, sin ser íntimo de todos, Miguel dejó una estela de amistad por donde pasó. Y se fue ayer, justo cuando el almanaque, empecinado, clavó su tiempo en la fecha más fraterna y universal. En el Día del Amigo, un amigo de la vida y la justicia se fue para estar mejor. Para demostrarnos cuán egoístas somos, al sentirnos mal por su ausencia, porque nos vacía. Se fue para agigantar su nombre y para convertir su lucha en un legado. Buen viaje Miguel, te despedimos por ahora, para encontrar la justicia que en homenaje merece tu memoria. Eduardo Ledesma para Diario El Litoral